En la avenida del mirador blanco esperan los maniquíes
sus venas fluyen en la madeja del tiempo que se deshace
en hileras
de lagartos negros
sedientos como sombras en un yermo blanco
donde crecen sigilosos espías
o la pérfida mujer que gira en la esquina de la página cuarenta.
La tarde mansa se contempla entre jardines
y a pesar de las horas y los años no pesa
ir cargado con tanto personaje.