sábado, 28 de abril de 2012

Juventud




Recuerdo
la vereda blanca,
la brisa danzaba sobre el río,
bañados por el agua de los primeros versos
que fuimos tu y yo.

Transitábamos juntos el sendero de Mayo
con la primera luz,
arropados
por la vegetación y la osadía
que tuvo lo posible, la brisa
danzaba sobre el río,
agitaba las ramas de los sueños,
la falda de la rosa primitiva.

Como savia vertida por el roble,
Como hojas frescas tendidas en la sombra,
Como piedra rodada que bajara hacía el río
Como una certeza
contuvimos
el color
reflejado
de lo eterno;
en la palma de las manos aquél mundo
el vergel que recuerdo
desde un balcón lejano
asomado al teatro del crepúsculo.


A la tarde aquel tren tan solitario
que surcaba el silencio
entonaba canciones y viajeros sin rostro
saludaban al aire y la inocencia;
el caracol descendía despacio por la hiedra
para amarte sin tiempo.

Recuerdo
la casa familiar
del tiempo detenido,
las horas eran piezas de un reloj
tan desarmado
y una sonrisa tuya marcaba los minutos
y entonces era el río,
la sombra y la vereda,
la tarde y aquel sueño imposible de tenernos
para siempre.