La pereza
se ha duchado antes que yo.
Viene hacia mí, envuelta
en su bata transparente como el mar
de una playa sincera;
abre mis ojos despacio,
mientras nadie amanece. La noche
escapa con la espalda desnuda
por salidas de emergencia
y hoy no le pido que ordene los rincones
ni que cambie las toallas que conservan
la piel de mi regreso,
el vello desprendido de los sueños. La habitación navega
lejos de mañanas que vienen de golpe
tras noches de saldo;
se abre tímidamente
la cortina del alba.
Hay algo en esta luz al sur del sur
que rompe las baldosas,
que brota sobre el pecho
en ríos sigilosos;
que cuelga el cartel de no molesten,
hay personas respirando.
Y puede ser distinto existir,
abrir una mañana y no encontrar
una prisa en la puerta,
la corbata de un martes,
una sombra vacía
que aguarda el primer paso
hacia no sabe dónde.
Y puede ser distinto existir
al sur del sur,
que su cuerpo desnudo,
sus curvas pronunciadas
hagan surcos en la tierra y me pregunte
si mañana ha de volver.
En un horizonte de mar temprano
con la piel en calma,
una patera de sueños no encuentra
su patria.
De qué sirve besar las banderas
si naufragan los sueños. Sobre el mar
hay rostros que recuerdo,
rostros con la calidez de una mejilla,
briznas dispersas de sol, faroles
que Iluminan refugios abiertos
en campos de sombra.
El mar es la nostalgia en mis manos,
su bruma escapa libre, distinta,
y me empapa su espuma,
y me echo en sus brazos
porque hay días como puertos
como hay días que parecen hormigueros.
Se abre tímidamente
la cortina del alba
y una brisa de sal entra despacio,
sin hacer ruido en los ojos
y con sus labios eternos besa el mundo y yo,
carne de hormiguero,
abandono mis trincheras,
miro al frente,
y recibo la mañana como un puerto.